En un gesto que ha sacudido al mundo del entretenimiento, el cineasta estadounidense Woody Allen participó a través de una videoconferencia en la Semana Internacional del Cine de Moscú. Durante su intervención, Allen expresó su admiración por el cine ruso y no descartó la posibilidad de rodar una película en el país, afirmando que si recibiera una propuesta, consideraría un guion centrado en «lo bien que se siente en Moscú y San Petersburgo».
Estas declaraciones han provocado una enérgica respuesta por parte de Ucrania. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania calificó la participación de Allen como una «vergüenza y un insulto» al sacrificio de los artistas y cineastas ucranianos que han sido víctimas de la agresión rusa. A través de un comunicado oficial, el ministerio sostuvo que la cultura no debe ser utilizada para «blanquear crímenes» o servir como herramienta de propaganda, condenando la decisión del director de «bendecir el sangriento festival de Moscú».
Tras la ola de críticas, Woody Allen emitió una declaración a medios internacionales. Si bien afirmó su firme creencia de que «Vladimir Putin está totalmente equivocado» y calificó la guerra como «espantosa», defendió el diálogo artístico. «No siento que cortar las conversaciones artísticas sea una buena manera de ayudar», manifestó el director.
La aparición de Allen en el evento, donde compartió pantalla con figuras que han apoyado públicamente la invasión, ha reavivado el debate sobre el papel de los artistas y la cultura en tiempos de guerra, y si es posible separar el arte de la política en un contexto de conflicto internacional.
El 17 de agosto de 1970, la Unión Soviética lanzó la sonda espacial Venera 7, una misión que marcaría un antes y un después en la exploración de Venus. A diferencia de sus predecesoras, que no lograron sobrevivir al hostil ambiente del planeta, la Venera 7 fue diseñada para soportar las extremas condiciones de temperatura y presión de la superficie venusina. Su objetivo principal era aterrizar en el planeta y transmitir datos directamente desde allí.
Tras un viaje de 120 días, la sonda entró en la atmósfera de Venus el 15 de diciembre de 1970. A medida que descendía, la cápsula de aterrizaje, protegida por un sistema de frenado aerodinámico y un paracaídas, se enfrentó a presiones y temperaturas inimaginables, que superaban con creces las de la Tierra. A pesar de algunos fallos en la transmisión, se lograron recuperar 23 minutos de datos, de los cuales uno fue crucial: la confirmación de la presión y la temperatura en la superficie de Venus.
La Venera 7 se convirtió en el primer objeto hecho por el ser humano en aterrizar con éxito en otro planeta y transmitir datos desde su superficie. Los datos recibidos revelaron una temperatura de 475 grados Celsius y una presión 90 veces superior a la de la Tierra. Este logro no solo fue un triunfo de la ingeniería, sino que también proporcionó a la comunidad científica la primera información directa sobre la superficie de Venus, sentando las bases para futuras misiones de exploración. La Venera 7 nos mostró que la exploración de otros mundos es posible, incluso en los entornos más desafiantes.
Dato interesante: A pesar del éxito de la misión, el aterrizaje de la Venera 7 no fue del todo suave. Un fallo en el paracaídas provocó que la sonda impactara contra la superficie de Venus a una velocidad de aproximadamente 60 kilómetros por hora, mucho más rápido de lo previsto. A pesar del violento choque, la nave sobrevivió y pudo transmitir datos cruciales durante unos 20 minutos desde la superficie, demostrando la increíble resistencia de su diseño. Este aterrizaje «forzoso» fue un testimonio de la robustez con la que los ingenieros soviéticos construyeron la sonda para un entorno tan extremo.
En las vastas y gélidas tierras de Siberia, en el pequeño pueblo de Pokrovskoye, nació Grigori Yefímovich Rasputín a mediados del siglo XIX. Desde niño, se decía que era diferente. Algunos lo tildaban de vagabundo y ladrón; otros, de poseer una mirada penetrante y una extraña conexión con el mundo espiritual. Se murmuraba que podía ver más allá de lo evidente, que sus ojos hipnóticos revelaban los secretos del alma humana y, a veces, del futuro.
El Despertar Místico y la Llegada a la Corte: La leyenda cuenta que, tras una visión divina o una crisis espiritual, Rasputín se transformó. Abandonó su vida campesina para convertirse en un strannik (un vagabundo santo), peregrinando por Rusia, visitando monasterios y absorbiendo enseñanzas místicas. Aunque nunca fue un monje ordenado, su carisma, sus profecías y su aparente poder para sanar lo hicieron famoso. Sus seguidores creían que era un verdadero stárets (anciano sabio), un enviado de Dios.
Fue en esta época cuando su fama llegó a la corte imperial de los Romanov en San Petersburgo. El zar Nicolás II y, especialmente, la zarina Alejandra Fiódorovna, estaban desesperados. Su único hijo, el zarévich Alexis, sufría de hemofilia, una enfermedad mortal de la sangre que los médicos de la corte no podían curar. Fue entonces cuando Rasputín fue presentado a la familia imperial.
El Sanador Milagroso y la Oscura Influencia: La leyenda narra que Rasputín, con su presencia tosca y su mirada profunda, lograba detener las hemorragias del pequeño Alexis con solo su presencia, sus oraciones o sus extrañas hierbas. Para la zarina, devota y desesperada, Rasputín era un milagro, un enviado de Dios para salvar a su hijo. Esta relación le dio un poder inmenso. Se decía que Rasputín no solo curaba al zarévich, sino que también ejercía una influencia casi hipnótica sobre la zarina, susurrándole consejos sobre política, nombramientos e incluso la guerra.
El pueblo y la nobleza miraban con terror y asco. Rasputín era un hombre de contradicciones: se le veía predicando la piedad y la abstinencia, pero también se le conocía por sus borracheras, orgías y su supuesta filosofía de «peca para ser perdonado». Se rumoraba que tenía amantes en la corte, que manipulaba a la zarina para su propio beneficio y que sus manos sucias estaban llevando a Rusia a la ruina. La leyenda del «monje sucio» y «depravado» creció con cada escándalo.
Las Profecías y la Caída del Imperio: Se decía que Rasputín tenía visiones del futuro. Profetizó la inminente caída de la dinastía Romanov si él era asesinado por la nobleza. «Si me matan campesinos, ustedes, los zares, reinarán muchos años. Pero si me matan los nobles, ninguno de sus hijos sobrevivirá y la sangre fluirá por toda Rusia por 25 años». Esta profecía, que muchos vieron cumplida con la Revolución Rusa y la posterior ejecución de la familia imperial, añadió un aura siniestra a su figura.
La Muerte Inmortal en el Nevá: El odio hacia Rasputín se volvió insostenible. Un grupo de nobles, liderados por el príncipe Félix Yusúpov, decidieron que debían eliminarlo para «salvar a Rusia». Lo invitaron a una cena en el palacio Moika, la noche del 29 de diciembre de 1916.
Y aquí es donde la leyenda de su inmortalidad toma fuerza, como te conté antes:
El Veneno Impotente: Le ofrecieron pasteles y vino con una dosis masiva de cianuro. Para horror de los conspiradores, Rasputín los consumió sin inmutarse, sin mostrar el menor signo de dolor. ¡Era inmune!
Las Balas Que No Mataban: Desesperado, Yusúpov le disparó a quemarropa. Rasputín cayó, pero momentos después, se levantó, intentó estrangular al príncipe y, con una fuerza demoníaca, escapó al frío patio.
El Castigo del Río Helado: Tras más disparos y una brutal paliza, los conspiradores, convencidos de que era imposible matarlo de otra manera, ataron su cuerpo y lo arrojaron a las gélidas aguas del río Nevá.
Cuando su cuerpo fue recuperado días después, la autopsia, según la leyenda, reveló que Rasputín no murió por el veneno, las balas o los golpes, sino por ahogamiento. Sus pulmones estaban llenos de agua, y sus manos estaban levantadas, como si hubiera luchado por liberarse de sus ataduras bajo el hielo.
La muerte de Rasputín, tan difícil y grotesca, consolidó su leyenda. Para algunos, fue el diablo en la tierra; para otros, un santo incomprendido. Pero lo que es innegable es que su figura, envuelta en misterio y controversia, se convirtió en un presagio del fin de una era y en una de las historias más extrañas y fascinantes de la Rusia imperial.